I
No muy lejos de aquí
el heráldico árbol de la muerte,
los ojos pardos en la sala oscura,
el Cristo pastoril,
la colina que oculta siglos de oro
y el hermoso muchacho.
No muy lejos de aquí el agua que llena las aljabas
de los cazadores. Pues nada
podría serme comprensible,
girando alrededor de los círculos diáfanos
con un haz de idénticas imágenes
una vez ya proyectadas.
Apuntemos con esa flecha estéril
adonde no excaven la tierra
húmeda y pingüe,
densificada en tus dedos,
los cerdosos jabalíes.
Mi identificación
contigo es pura apariencia,
pues yo conservo también un arco
aquí, en la mirada. Sólo importan
las cosas que aprendimos a medias,
el canto de un pájaro o mi propio canto,
y el silencio
y la neblina que los edificios
aureola sutilmente.
Tú has de moverte en torno a mí
para así cantarte cuando yo me canto.
Pan sonaba por los montes,
herido amor
en los incognoscibles adentros refugiado
de la abierta boca.
Sal de allí de una vez por todas:
ya estoy a salvo, fuera.
Algas idénticas a cuerpos,
el dulce vello de los cuerpos;
fueron aquellos quince años, ¡ay!, inolvidables:
el adolescente impetuoso
cuya blanca y firme dentadura
muerde a la ligera muchacha
un tanto huera y mortecina,
y sus planes emplazados
para un futuro próximo.
Todo debe ser borrado,
ondea la señal por el aire espeso
de construcciones pardas de ceniza:
la colina que oculta siglos de oro,
Astrea, ¡oh virgen!
La fuente puede dar todavía agua,
un instante vivido
para el andamiaje del recuerdo,
para que la vida aliente
en la mutabilidad
de tus facciones.
Más a punto cada día,
terminarás por extraviarte.
Y ahora, decidme, ¿dónde empiezo?
Ya el ciclo de las estaciones
se va cumpliendo riguroso,
ya golpea en mis sienes
la sombra del enebro.
Ite domum saturae, venit Hesperus, ite capellae.
II
Claro que, al final, todo queda ensombrecido.
Ahora pues, situémonos: llanuras
inconmensurables, estrías
ascendentes de la vid,
verde enredadera.
Un blanco mantel recrea
mi visión del mundo,
porque todo está dispuesto,
el alimento
y, después, el descanso
sobre un lecho de oro.
Seguro que no habéis contado con el brillo
de las constelaciones
y el perfume de las rosas
marchitas que rodean el estanque de agua.
Dios está con vosotros
y con vuestros hijos,
sobre la escarpada colina esgrimiendo
el rayo de fuego.
Cuando sobrevenga el alba,
reflexionaremos
sobre la mejor manera
de pasar el nuevo día
y los atardeceres.
Tú estás conmigo y no tengo
absolutamente nada
que decirte. Sí, podríamos
besar nuestros cuerpos
y después, fatigados,
pensar en tanta muerte que soportan,
indiscutiblemente, todos los que han muerto.
Las líneas observa de mis manos,
no estamos lejos ya
de un pequeño desenlace.
III
El número tres anda siempre en la locura,
lleva a cabo una síntesis extraña.
Es bueno dejar
que la marea te arrastre
sin demasiada convicción
ante sus determinaciones
futuras. Voy por una misma senda
reticentemente, en la superficie
de las cosas encuentro
el único bálsamo para mi deseo.
La descarga onerosa de las viejas tormentas
no puede molestarnos.
Estás aquí y ahora.
Pan brincaba por montes y selvas
y Baco le seguía.
No muy lejos de aquí
disparaban sus flechas los muchachos
hacia un punto de azul.
Enmarquemos el dulce ensueño
repleto de presagios:
las enlutadas madres de las guerras
y, ella, hermosísima, lloraba por la muerte
de su tierno amante.
Cercana está la primavera,
allí los contumaces jabalíes
no excavarán la tierra enrojecida,
y pingüe y húmeda
se os ofrecerá aún de nuevo.
He lives, he wakes - 'tis Death is dead, not he.
Rafael Lobarte
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