sábado, 21 de noviembre de 2009

Cobre




Una hebra recubierta de vida,
soldada por arduos deseos de permanecer aquí
y seguir abrazando a los que te lloran,
a los que dicen adiós a la bruja,
y que arde dentro de las venas principales de sus manos
como si fuera flexible y azul
y les llevara a acariciarte.
Hilo de cobre para anudármelo al cuello,
cobre
llegado el día preciso,
cobre
y acabar con este paripé de indiferencia,
el teatrillo de despedida
y las plañideras que sólo se acuerdan de uno
cuando uno ya no está.
Metros de cable con hilo de cobre
robado en la noche de tu muerte
mientras yo te arropaba,
recogía tus cosas,
y tapaba con las sábanas el pie que empezaba a estar frío
porque ya se sabe,
no te gusta que te vean con las uñas sin arreglar.
Nadie te cortó al fin el pelo, como tú querías,
y se burlaban como con vida robada
algunos de tus rizos de color cobre
apoyados sobre los hombros,
vengándose del intento de acabar con ellos.
Cobre, como un consuelo de tontos,
el premio del que no alcanza la meta
sino detrás de los otros,
como tú y yo,
como todos cuando dejan de estar.
“El incremento del precio del cobre
dispara los hurtos”, leí aquella noche,
y me conformé.



Almudena Vidorreta


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