lunes, 26 de noviembre de 2012

AIRE DE CERES




                                                                         

                                                         A la ciudad de Cáceres



Me miras piedra a piedra
y se adolecen mis ojos ante tanta heredad tuya.
Vivo en la savia de tus muros
y en el silencio casi humano de tu pasado.

En estos instantes me salvas de los naufragios del norte
porque eres el sosiego de mis pies descalzos en toda intemperie.

Y en esta transición vuelves a contemplarme
para reconocer mi frente bajo el Arco de la Estrella
y me ves buscando refugio en la nostalgia de tus calles.

Vivo una impaciencia que se pega a mis ojos y a mi pecho
y siento esta primera mañana de ti
que me habitas, que me vives en cada puerta que abro 
y son verdaderos los espacios de tu muralla
donde aún se levanta la Torre de la Hierba
y donde las victorias de los descendientes del tiempo
respiran en tu albufera verde y cristalina.

Los miro recuperándose de todo el repliegue de los siglos…

Te confieso, Ceres, que los lejanos soles ya no me dañan
ni siquiera las acequias inhóspitas de la tristeza,
ni aquellos hondos círculos de desencantos ocultos
que se han ido convirtiendo en polvo, en otro tipo de raíces
donde crecen airosas leyendas.

Me gustaría pensar que eres el olvido de mi epitafio,
el presente eterno del aire, la piedra de mi médula.

Mientras tanto, busco en mí la patria de tus colmenas,
de tus olivos y desciendo a la Fuente del Concejo,
donde habitan los seis arcos
y donde bailan las sombras de mis antepasados.

En este Septiembre me desnudo ante ti, me quito hasta la piel,
para enseñarte todas mis heridas
y las huellas que ha dejado la noche en mi pecho.
Sé que aún te recorro, que aún vuelo por tus calles,
que sueño madrugadas de encinas
y tejados de agua que voltean a las nubes incrédulas.

La muerte no me quita nada de ti.

Aún soy la niña del norte que continúa jugando a la vida.





ISABEL BLANCO OLLERO


1 comentario:

Unknown dijo...

Precioso poema Aire de Ceres, sugerente. Acertadas metáforas. Madurez poética en el verso. Una pequeña joya de la autora de "La permanente costumbre del adiós".
Tu lector,
Enrique Villagrasa