Leo en tu rostro, madre,
las heridas de la vida abiertas,
tu legado, el que heredaste,
al que no renuncio y a él sumo el mío,
dudas y pasos de esta cosecha
continua con los nuestros,
cabeza con cabeza como bestias
en la faena de la labranza,
brazo a brazo en la vasta era
en la que aún nazco, nacemos,
donde prende incesante el árbol,
donde trillo las mieses de la sangre.
Tengo tus preguntas y las mías,
y también tengo tu agua, madre:
la vida no se nos volverá yerma.
Andrea Mazas
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