Todas las mañanas cuando despierto
experimento un placer supremo:
el de ser Salvador Dalí.
Salvador
Dalí
La suerte de llamarme Pedro Morillas,
la suerte del uso del morral
cargando los candelabros
del onanismo.
La suerte de levantarme cada día
y llamarme Pedro Morillas
y no saber con qué fin
usar el espejo
de la maledicencia.
La suerte, la increíble suerte
de experimentar el supremo placer
de llamarme Pedro Morillas,
la suerte de ponerme
frente a mí
totalmente
amartelado.
La suerte de los riegos jaricando
el nombre de mi propia
cosmogonía
teniendo la poesía
la ijada
de su propia
sospecha.
La suerte de asomarme al balcón
siendo Pedro Morillas,
ese hombre que se escala
al tiempo que caen
los chubascos
de su altura.
La suerte de tener
a los amigos contados
con el muñón.
La suerte de no sentirse
nunca
solio.
La suerte de decirse:
“Te quiero
tanto que
te tengo
que matar”.
La suerte de llamarme Pedro Morillas,
ese espantapájaros clavado
para mantenerse
en la distancia
del viento
con su treo.
La suerte de tener una idea fija
que no acaba de torcerse,
la suerte de ser siempre puntual
deshora,
la suerte de ir a todo tren
a través del rabión
donde es líquida la colección
de todos
mis remordimientos.
La suerte de practicarme
cariñosamente
el haraquiri
en la ceremonia
oficial
de mi coloramiento.
La suerte de haber nacido
con una segunda y
última
oportunidad.
La suerte de mi madre
y de mi padre
y de la madre
de la madre
que los banió.
La suerte de llamarme Pedro Morillas
y captarlo todo
con feliz
ametropía.
La suerte de levantarme cada día
Pedro Morillas
y dejar que taladre
el poema
un butrón
en la cóncava
cecidia
del cerebro.
La suerte de ser intolerante
a la astrosa
realidad.
La suerte de creerme un genio
creyéndose genialmente
desgraciado.
La suerte de ser adelantado,
que alguien pare
al caracol.
La suerte de planear conmigo
la conquista
de mi entrega.
La suerte de estar sentado en una silla
sentada en otra silla
y así hasta que todo en mí
es
asentamiento.
La suerte de tirar piedras
contra mi propio
legado
y de considerarme
sin lugar a dudas
el más importante ser
de la histeria
de la humanidad.
Y la suerte,
sobretodo,
de llamarme Pedro Morillas,
ser poseído
por Isel
y no importarme entonces
la suerte,
la repetida
suerte
de mi nombre.
que no acaba de torcerse,
la suerte de ser siempre puntual
deshora,
la suerte de ir a todo tren
a través del rabión
donde es líquida la colección
de todos
mis remordimientos.
La suerte de practicarme
cariñosamente
el haraquiri
en la ceremonia
oficial
de mi coloramiento.
La suerte de haber nacido
con una segunda y
última
oportunidad.
La suerte de mi madre
y de mi padre
y de la madre
de la madre
que los banió.
La suerte de llamarme Pedro Morillas
y captarlo todo
con feliz
ametropía.
La suerte de levantarme cada día
Pedro Morillas
y dejar que taladre
el poema
un butrón
en la cóncava
cecidia
del cerebro.
La suerte de ser intolerante
a la astrosa
realidad.
La suerte de creerme un genio
creyéndose genialmente
desgraciado.
La suerte de ser adelantado,
que alguien pare
al caracol.
La suerte de planear conmigo
la conquista
de mi entrega.
La suerte de estar sentado en una silla
sentada en otra silla
y así hasta que todo en mí
es
asentamiento.
La suerte de tirar piedras
contra mi propio
legado
y de considerarme
sin lugar a dudas
el más importante ser
de la histeria
de la humanidad.
Y la suerte,
sobretodo,
de llamarme Pedro Morillas,
ser poseído
por Isel
y no importarme entonces
la suerte,
la repetida
suerte
de mi nombre.
Pedro Morillas
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