En la siesta
no hay hora ni deshago cama.
Disfruto de la inutilidad
de las sábanas sin tic-tac.
Me despiertas tú,
te digo, y tú asientes.
Eres así. Estás siempre
derramando síes que se enlazan,
que trazan la inadvertida continuidad
en la que nos destapamos cada mañana,
pronto, con el café aún sin servir.
Después, los recados, el calendario
y las citas, el abandono de los parques,
la música, los planes y las cuentas,
todos esos asuntos que nos aplazan
el tú y yo, sin ausencia:
pienso en ti sin pensarlo,
y sin pensarlo llega otra vez
la siesta, un sí tañido,
como una campanada de piel.
Son las rutinas de este amor,
las de hoy, blandas:
mañana ya serán otras.
Nos queremos.
Me basta esta concurrencia,
este sutil sucedernos
que anula relojes y mantas:
el tiempo es presencia
o ausencia, pensarte;
de sangre y palabra, o silencio,
es el calor, o no es.
Van quedando las puntas
de los retratos que nos descolgamos.
Yo escribo sobre lo que ya se está yendo.
Andrea Mazas
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