Solo tengo este cariño cuajado a flor de piel
como herida que luce fieramente un guerrero
tras las sombras avivadas de un adiós abatido.
La hora del desarme suena hondo, ¡es la paz!
Volverse de cara al olvido... y continuar solos
dando trancos a ciegas, a la vera de la noche.
Yo le abría tajos a la ausencia... furiosamente;
ahora, tengo que zurcir abismos desangrados
cada vez que un silencio me repite tu nombre.
Andrés Camacho
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