Cuando el último día del otoño
se abraza al primer día del invierno
los campos aclarados de dorados
se cubren con argento,
se cubren con el frío,
y es entonces cuando se oyen los ruegos,
y los vahos escapan
como númenes de malos artistas,
como psiques que suben a los cielos.
Las colmenas se engalanan de luces,
y próvidas contentan los deseos
mundanos, esperando las sorpresas
del rojo y blanco mago,
del rojo y blanco adviento.
Cuando el anciano solsticio de sable[1]
manto culmina su rondar sereno
de las horas, y los druidas de hinojos
bien postrados ofrendan ante leños:
se escuchan viejos cantos,
se piden los deseos.
Cuando el último día del otoño
se abraza al primer día del invierno.
Pablo Delgado
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