Cuando mis evocaciones se pueblen de muertos,
¿quedará una boca donde encajar mi cráneo?
¿Me tendrán a mí las cabezas?
Los despojos me apuntalan mientras cribo la criba.
Ni las pesquisas, el hombre, el diablo,
el mundo, ni la carne me pertenecen.
La luz impura, la luz sujeta al cambiante
relente de los seres dispersados
por eco de abismo y nadie,
construye la catedral de lo inmaculado.
En el risco sulfuroso de tapices y espirales
me siento vacío y albar.
Me muerdo las ideas, muerdo el azogue,
me desgarro las uñas, me desgarro a picotazos.
Cruzo la encrucijada que divide
el sendero de la vida y de la muerte.
Ante la esfinge ciega recito mi plegaria:
«Invocadme,
sabed que he sido,
hijos de nada»
Raúl Herrero
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