La voz es avenida neblinosa;
la bruma es respiración del tiempo;
las huellas de la firmeza son la duda.
Prefiero su voz a los hipnóticos,
los diccionarios, los talismanes y la pasta,
–el esplendor ofrece el poema en la cavidad
del instante–;
su voz acciona los sonidos transpirados por la música.
Los muertos son ángeles sin alas,
los ángeles se visten con la voz
de su desnudo evangélico, invulnerable;
la niebla es la respiración de los arcángeles,
el tránsito de la voz lenitiva
hacia la esperanza nuevamente coronada.
Retengo en el arcón de la memoria su voz
–una hoz de niebla escrita sobre papel–,
los cuerpos se funden con el envés,
se envilecen,
pero aquella voz,
protegida por la sonoridad inquebrantable,
vuelve a llenarme una vez más
con la esponja que habita en el sueño
y la boca voluble del ser sin ser.
Su voz es una gota de luz
vertida en el principio de la eternidad.
Raúl Herrero
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