La tarde insiste
en llevarse las hojas
desprendidas de los árboles.
Ellas se abandonan
en un vuelo que las lleva
de vuelta a su casa,
el cielo remoto
de las hojas secas.
Una hoja se queda
prendida en el suelo
se agarra a un cuartito
sin luz y sin aire
que le sirve de cobijo.
Se olvidó de la apuesta
que le hizo perder
la vida que no tuvo.
Se quedó sin la entrada
del infierno menor
entre todos los cielos.
Se queda sola y quieta
se apaga en silencio
en un suelo de azulejo
sin luz y sin aire
tirita de frío,
metida entre cartones
se va sin despedirse
ya no repasa
ni busca las razones
que le llevan a morirse
dentro de un cajero.
Manuela Ipiña
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