lunes, 7 de septiembre de 2015

EL FANTASMA



De nuevo no me queda otra salida

que volver a agarrarme a tu recuerdo

para sobrevivir. Nunca has sabido

en cuántas ocasiones

acudí a refugiarme en tu fantasma.



Cada vez que la vida me enseñaba los dientes

—y mira que lo ha hecho con empeño—

vislumbraba tu boca en mi horizonte

sin que tú ni siquiera sospecharas

que me estabas salvando de morir.



Podía haber disuelto

mis penas en alcohol o en cocaína,

o regalar mi cuerpo

cuando era deseable

a otros cuerpos hambrientos.



Pero nunca lo hice, no sé cómo

aparecías siempre, inasequible,

a tiempo de sacarme del abismo,

a ofrecerme tu carne de utopía,

la humedad deliciosa de tus labios.



Y nos besábamos, vaya si nos besábamos,

me dormía contigo; de mañana

ya veía las cosas de otro modo,

ya podía enfrentarme

a todos los ejércitos.



Y fíjate qué cosa más curiosa

que nunca eché de menos

tu realidad tangible, tu presencia

en mi vida cotidiana,

solo quise quererte y te quería.



Y todavía hoy, que ya estás muerto,

otra vez sin saberlo,

sigues viniendo a mí cuando te llamo.


Ana Montojo



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