Sit tibi
terra levis
Yo no lo sé, ni quiero
ni imaginarme puedo
lo que una tarde de verano negra
como la boca de ese lobo
que nos espera abierta,
vació de un mazazo
sus entrañas de madre
ya para siempre huérfanas.
Todo fue en vano.
Nada pudieron
ni llantos ni plegarias,
la fe y la ciencia unidas.
De la misericordia
ni en la faz de la tierra
ni en los cielos
rastro alguno quedó.
“Mi hijo está muerto”,
musitaba
con desesperación
como si fuera un mantra,
y su mirada
perdida en el vacío
petrificaba el alma.
Yo nada pude hacer.
Tan sólo una palabra
llegó a mis labios: 'Calla',
buscando inútilmente
la manera de negar la tragedia
como si el no nombrarla
pudiera deshacerla.
El universo entero
un silencio de plomo guardó.
El tiempo se detuvo.
Quedaron esperando
aquellas cuatro velas
que ya no apagaría.
Sus abuelos, sus padres,
su hermanica,
sus primos y sus tíos.
No sé cuánto pasó.
Sé que, de pronto,
de par en par se abrió la puerta
y la silueta
de un hombre derrotado
se recortó en su vano.
Tras él tendido,
con sus brazos en cruz,
como aguardando
el abrazo postrero,
lo recibió con desgarrados gritos
de quien alegre hacía bien poco
la vida le había dado.
Aquella tarde
y las muchas que siguieron
me dejó su pregunta en la memoria:
'¿tendrá mi hijo frío?'
porque a ella
el filo de la hoja
de un cuchillo
le había helado
el corazón partido.
Charo Guarino
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