El miedo
es la jaula.
Los barrotes,
cada una de las veces
que te negaste un deseo.
Crees estar a salvo
pero
la mirada al otro lado
te atraviesa,
como ese primer rayo de sol,
cada amanecer.
Y el pecho se agita,
galopa el latido,
fuerte,
inyección de pura vida
recorriéndote
las entrañas
en forma de descarga eléctrica.
Parpadeas.
Las pupilas siguen
clavadas en ti.
Una ola de calor
te sacude
entre las piernas.
Sujetas con fuerza
la llave dentro de la cerradura.
Sopla el viento.
Una vuelta, dos...
Se abre la puerta,
acaricias las alas en tu espalda,
entumecidas,
y te asomas al vacío.
Alzas los ojos al cielo,
contienes la respiración.
Saltas.
Y la jaula
desaparece
al emprender el vuelo.
María Guivernau
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