Soy efímero en tu reloj de arena.
Soy párpados que protegen
tus ojos de lo abominable
y de las luces agresivas
que comen esperanzas.
Soy padre inexperto,
fruto de ser hijo inacabado.
El destino me erigió profesor
de asignaturas abstractas,
por culpa de un amor
cuatro tallas más grande
de lo que yo puedo vestir.
Aprende a desatender mi ignorancia,
por que yo no logro
comprender tu sabiduría.
Tus dedos podrían
interpretar el mundo
con virtuosidad divina,
en el piano que se inventa
latidos agrestes a cada paso.
Pero yo nací sordo,
jugando con desconfianzas,
sufriendo cada gota de vida
sobre un corazón incandescente.
Al fin y al cabo,
eres mi eternidad ataviada con piernas
que te alejarán de mi lúgubre influencia.
Sabrás correr sobre las brasas
y resolverás el enigma
que explique mi existencia.
De momento... ¡Haz los deberes!,
que es tarde ya,
y por las mañanas
no hay dios que te levante.
Me dijiste – Dame un beso
y deja la luz encendida
que he visto una película de terror –
Y yo iluminé un beso valiente
en tu mejilla de dormir.
No sabes, Alba,
que fuiste tú quien borró mi miedo,
quien me hizo ángel de la guarda
perfumándome de calidez,
achicando las facturas,
los fines de mes y las hipotecas.
Difuminando los lunes marengos
y los jefes huraños
con tus lápices de inocencia
y tus ojos de pedirme deseos.
Y pensé, sin llegar a decirlo:
Dame un beso valiente
y deja tu amor encendido,
que he visto una vida de terror
y me zarandean olas furiosas.
Las horas se hacen carbón
por la oscuridad de la noche,
ascuas de tiempo.
Restos de hipocresía pegados
a la conciencia casi gelatinosa
de la supervivencia citadina,
estrías de nacer y morir por inercia.
Tú duermes y te vuelves poema.
Yo habito el insomnio
que me convierte en adulto,
desierto sin tus preguntas.
Me siento en el quicio de tu lecho
y mientras sueñas, suspiro.
por tu beso valiente
y por tu luz encendida.
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