La primavera sonríe
con abejas presidiarias
entre sus dientes de león.
El otoño llora hojas
a los pies de la tristeza
con calor muerto de frío.
El invierno arropa
de blanca espuma
montañas que no tiemblan.
El verano gime en las playas
con carne roja incomprensible
y colores que escupen a los ojos.
Duele, por inevitable,
el ciclo abrupto de perder
al año conocido cada 31 de diciembre,
cada mamut lanudo irrecuperable
en su anunciada extinción,
y tener que llevar la cuenta
de sus hermanos fallecidos:
Un kilo más, menos pelo,
más arrugas, menos humor,
más cansancio, menos salud...
¡Por dios! Cuando cierre el balance
no habrá gafas que lo aclaren.
¿El saldo? y tanto, un saldo de rebajas,
tan pasado de moda que casi vuelve a estarlo.
Primarano, otovierno, inviera y veroño.
Así se llaman mis estaciones
y duran más que mis años
y menos que el sabor de tu boca,
más que el descuido de olvidarte
y menos que el hambre de tu voz...
Y se parecen tanto a tu nombre:
Otoviernoranoera...
Y se parecen tanto a mi pasión:
Inviranoprimaoño...
Y se parecen tanto a tu abrazo
que todas las estaciones son el espejo
de tu pecho, tu dicha, tu cielo y tus ojos.
Mestizaje de estaciones como fin de trayecto,
para recorrerte descalzo
y clavarse todas tus espinas,
y beberse tu hierba mojada,
y dormirse en tus bancos
con la lección aprendida
y el placer de olvidarla.
Soy tu vierono, tú, mi veravera...
Disculpa, voy a abrir,
otro aniversario llama a la puerta,
dice que se llama diecinueve,
pero yo sé que es otra estación.
Tomeu Ripoll Moyá
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