cada uno hace su vida,
con la consistencia
del café del desayuno,
o de la cama a medio hacer,
cuando aún conserva
el calor del otro
a ratos intento aprender
a quedarme quieta, observando
desde el otro lado de los ojos,
mirándome los zapatos,
con cara de morderme la lengua,
pero nunca digo nada
repito patrones aprendidos,
mientras la vida me zarandea,
como si yo fuera tan fuerte,
y es entonces cuando vengo aquí
a escribir, para no sentirme sola
vomito la indiferencia,
las ausencias que me duelen
cuando las mitades no existen,
y siempre es todo o nada
la cama me acoge silenciosa
con palabras que acarician los ojos,
y la Princesa Inca me susurra:
“se besaban como se succiona algo,
sabiendo que uno va a morir,
yo lo ví desde mi pupila,
a veces en la noche,
recuerdo un trozo de sus ojos”
tus ojos
no puedo despegarme tu voz,
aunque grite, y me quede ronca,
para no escucharte en la distancia,
cada noche mantengo un diálogo
con la loca que vive en mí,
para no amar así, sin condiciones,
pero las mañanas siempre
se llenan de prisa,
de caras de sueño,
y de nuevo lo olvido todo,
para empezar otra vez
desde el otro lado.
Eva R. Picazo