Me duelan las caricias
cuando vuelvo a vestirme de mi misma.
Se quedan tatuadas en la piel
como símbolo inequívoco del encuentro.
Se quedan también los besos
impregnando el aire que respiro,
el olor de tu deseo en la yema de mis dedos.
Se queda mi sonrisa enredada entre las sábanas,
la música sonando en el fondo del abismo.
Todos los suspiros y todos los sollozos
hechizando el silencio de las sombras.
Se quedan las palabras
navegando en un mar sin orillas,
-en el borde mismo de los labios-.
Se me queda el alma temblando
cuando vuelvo a vestirme de mi misma.
Carmen Jiménez Díaz
2 comentarios:
Se quedan las palabras huérfanas, flotando sobre las sombras...bonito vestido.
En realidad José Ángel, es el único vestido que nadie puede robarte.
Un abrazo.
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