No recuerdo ya el mes ni el año
-siempre es ayer-
Cuando la muerte derribó
la puerta de mi casa de un portazo.
Ni siquiera tuvo la decencia
de apretar el gatillo y matarme de un disparo.
Me hizo su rehén
me robó el cielo de los ojos,
los besos de los labios,
las caricias de la piel.
Llenó mi boca de silencios
me ató las manos a la espalda
cortó mis alas de un tajo,
y ancló al suelo mis pies.
Atrás quedaron los paseos por la luna
la luz naranja del amanecer,
las risas cómplices de madrugada
y los sueños que soñé una vez.
Se hizo la dueña de todo cuanto amaba.
Me privó del llanto
licuó mi sangre hasta convertirla en agua,
confiscó mis deseos más recónditos,
y me negó hasta el derecho
a morirme del todo.
Carmen Jiménez Díaz
1 comentario:
Intesas palabras sometidas al recuerdo de lo que pleno fue y ya no. Bella y dura la memoria.
Un saludo.
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