No hay desnudo más bello
que aquel en que van cayendo
los miedos, uno a uno.
Los despojos del ayer.
Los prejuicios. Los mandatos.
Las dudas sin sentido.
Y el sentido común.
No hay desnudo más bello aún
que aquel que nos libera de ser presos
de nosotros mismos.
Y deja caer los viejos trapos
de lo que entonces
allá lejos, un día fuimos.
Y luego,
en un luego de tiempos desmedidos,
se desliza al suelo el último juicio.
Y la ropa.
Marcela Peralta
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