miércoles, 16 de diciembre de 2015

Gwalior



Crecía un tamarindo

junto a la tumba del cantor virtuoso

y no probé sus frutos.

En aquella ciudad que descubrí

a través de mis miedos,

huía de mí misma, de las celdas

y el doble filo de la expectación.

Subí hasta el fuerte, prolongué las horas.

Ciudad-musculatura de caballo,

ciudad-nervio animal a mediodía

que simultaneaba sus acciones:

en la fatiga de los rickshaw wallahs

pedaleando con el viento en contra,

en los porteadores de costales de cúrcuma,

a través del joyero que un domingo

disecciona onix rojo.


Verónica Aranda



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