El poema acude,
la sangre suena a agujas y a mordiscos
a esos ríos que agitan las arterias
como un temblor de cuerdas amarillas,
y suenan las ventanas a domingo
y el miedo suena a miedo,
tan sólo suena a miedo.
No ha llovido a este lado de la noche
y las cosechas mienten tras los escaparates,
mienten las muchachas en sus torres salinas
y miente la madera corroída de años.
Hay una verdad tan pura que a nadie se parece.
Entonces tú regresas,
escribes con la noche los indecibles árboles
y toda oscuridad se agota.
Ya viste los arbustos brotar entre los dedos
el verso detenido en la ternura del pájaro
la sequía salvaje de sus huellas
y sus crujidos largos como lenguas de insecto.
Tú ya no tienes nombre, eres sólo el arbusto
y sigues naciendo de su sombra abolida.
Sara Castelar
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