Un día me iré.
Un día. No te diré cuándo.
En realidad, no lo sé bien.
Pero lo haré callado.
Y seguramente, temprano.
No quisiera decirte cuándo.
Porque quiero que vivamos
como el último, cada uno
de nuestros días.
Vale decir,
que lo hagamos con la osadía
de los amores jóvenes.
De los amores nuevos.
Más presos de libertades
que de ojos ajenos.
Quisiera que viviéramos
con la ansiedad del beso
en cada encuentro.
Con la proximidad de la caricia
en el deseo.
Con la simpleza de mirarnos
y entendernos.
Con la franqueza de decirnos
lo que no nos atrevemos.
Con la audacia de sentir
a pesar del tiempo.
Tanto es lo que aún sueño
como proyecto para los dos…
que no quiero que nos duerma la rutina.
Y nos saque, esa bandida,
toda nuestra posibilidad.
Por ello, te lo anuncio.
Para que estés con el aviso de mi partida.
Y ello haga que no claudiquemos nunca
en esto de aprender a amar.
Un día me iré.
Un día. No te diré cuando.
Pero si puedo decirte que no es hoy, todavía.
Así que, alma mía, apresura el trámite de tu vestido.
Tenemos que ser felices con el mundo por testigo.
Y ya el sol pretende esconderse… y vuelve el frío.
Alcánzame el abrigo.
Vamos a salir a caminar…
Mi corazón estalla por volver a festejar
el aún que hoy nos roza.
Aún no es tarde. Es otra cosa.
Es la franca promesa de un quizás.
Marcela Peralta
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