Has venido a mi pecho y en sus muros
se escuchan los cerrojos gravemente exhaustos,
es el temblor del mundo y sus raíces
bajo los patios largos que albergan la pureza
o la memoria frágil de los niños,
volaron las palabras entre las golondrinas
y cayeron del aire sus ruidos hambrientos.
Qué oscuridad tan lenta bordea el almanaque,
cubre la edad un cirio adormecido
que delinea el tiempo entre el cielo y la sombra.
Te acerco un faro virgen para cada tormenta,
un presagio de luz que lentamente crece
en la fugacidad del aire
y se enciende en el pecho como un metal furioso.
Porque caminaste enfermo de rosas y salitre
y te cayeron nidos sobre tus pies de niño
y los árboles grises te anudaron sus lenguas,
yo te arrullo la noche y los cordeles
la percusión del nombre en el destierro,
la quema de sus himnos.
Los caballos son rastros en la arena vencida,
nada saben del mar.
Sara Castelar
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