Las cadenas de las grúas rematan el cielo, y su azul queda suspendido en el mismo aire donde habita.
Una cremallera me atiende cuando subo al ático: va hacia atrás y hacia adelante, hacia atrás y hacia adelante, hacia atrás y hacia delante y así infinetisimalmente hasta llegar al mismo cierre.
Una apertura en la pared: es una grieta y me iza hasta el techo. En el techo giro como una cucaracha, una cucaracha que se hubiese enamorado de tus rosas, y ennegrecida, palpito girando y girando sin parar en el oscuro tramo por el que desciendo hacia las baldosas del suelo.
El yeso se desprende, y el cemento. Miro cómo se alinean los cobardes, y como el pelotón fulgura frente a mí, con los fusiles preparados y las balas en su sitio. Es así porque el amor a veces se tiñe de escarlata, el escarlata del Carnaval de la muerte, su único disfraz.
Oh mi amor, pagaré mis culpas, y mi mayor culpa, haberme enamorado, haber visto a Dios en tus ojos, porque Él, que es invisible, se muestra en todos los espejos.
Teresa Domingo Català
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