No es nada: sombras.
Debes haber soñado.
No eres la niña desaparecida,
las ondas en el agua.
Tus células, lamidas por el dios, de pronto ignoran
su idioma: la sinapsis. ¿Qué es ese balbuceo?
¡No lo escuches!
Flotabas mansamente en tu sopa nutricia
y tu fragilidad hacía llorar.
¿Quién hubiera previsto esta sed de venenos? No hay antídoto
que pueda devolverte la inocencia.
En ti se están cebando los insectos,
sucia de hojas, enterrada viva.
Y aquí estoy yo diciéndote que no te pasa nada, conteniendo
tu vagido de niña que acaba de nacer.
Oh, enemigo:
podría ser el ángel que te salvara si supiera cómo.
Poco a poco el sosiego: la mudez
y este cansancio atónito como si hubieras muerto de un orgasmo de pánico.
En tu cuerpo, donde el lorazepam
ha dejado su rastro con dulces lametones,
la vida sigue ahora su curso inexorable.
Has estado muy lejos. Vuelve a ti.
José Luis Piquero
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