lunes, 21 de febrero de 2011
Vallecas
Recuerdo aquellos días cuando era
un muchacho delgado y muy moreno.
El barro y las chabolas, humedades
en la pared y el pecho. Los domingos
salíamos al baile. Fumábamos Bisonte
sin filtro. Y muchas noches soñábamos
con trabajar en la oficina de algún banco.
Era Vallecas república sin leyes. Viejo canto
libertario sin saber exactamente
ni qué hacer ni siquiera si podíamos
vivir de otra manera que de aquella
que siempre nos pareció maravillosa.
Recuerdo la cerveza al mediodía
en el bar de la calle y las partidas
al mús. Y aquellas broncas.
Las pandillas como
las de West Side Story
Y el autobús cansado cada lunes.
Y las bolsas de plástico en los pies
para que no se mancharan los zapatos.
Y recuerdo también a aquella niña
que me dio su pañuelo y el perfume
que me inundaba cada noche, cuando
soñaba con la tibieza de sus pechos.
Y, además, el dolor, las toses de los niños,
el olor a humedad que te impregnaba
hasta el hueso y la carne. La tristeza
de un horizonte sin luz y sin asfalto.
Y al viejo militante que decía
que este año moriría el viejo dictador.
Los panfletos sembrados en las calles
al despuntar el día. Y el miedo de los hombres,
las mujeres de luto permanente,
y los primeros fríos, las fiebres del abrazo,
cuando era una muchacha territorio,
maravillosa tierra no marcada
en ninguno de los mapas conocidos.
Y todo, todo eso, no ha podido
borrarlo lluvia alguna porque nunca
podrán arrebatarnos la certeza
de que a los quince años
fuimos capaces de ganarnos para siempre
la vida que latía en nuestros cuerpos.
Rodolfo Serrano
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