Mi madre murió
en el cielo de un quirófano.
Yo sé cuánto frío...
Sé como te lo quitan:
respirando,
respirando...
El limbo debe de ser eso.
Mi madre murió allí.
Tenía las arterias demasiado pequeñas.
Mi hija nació allí:
resbaló por la plancha
helada
y la sentí como un abrazo
a mi madre muerta.
Mi madre tenía las arterias estrechas.
Ahora sé por qué tenía
el corazón tan frío
y la mirada glacial.
Mi madre estuvo esperando
dos años,
con el frío en los ojos
y el corazón aterido.
Con mi incomprensión
implacable.
Dos años esperando una
desembocadura amplia
para su corazón de piedras.
Pero no hubo un salario
para un cirujano
que le quitara la escarcha a mi madre,
que aligerase su turno en una lista
con muchos nombres
y muchos números,
con muchos hombres vivos.
Luego me contaron que yo estudié
con ese salario que no se dio.
Pero no me sirve la Filosofía
para dilatar
las arterias de mi madre.
No me sirvió ese salario
para comprender la estrechez
congénita
de sus arterias.
La causa de su frío.
Mis arterias también son débiles,
madre,
y a veces tengo los ojos nevados
y el corazón de hueso.
Y ahora no sé qué hacer
con todo
lo que no te dije.
Podría habértelo confesado
mientras respirabas
tu propia muerte
y perdías el frío.
O en un poema como éste,
que me abrigue la conciencia.
La cría duerme,
madre,
se parece a nosotras.
Se llama Eva.
con muchos hombres vivos.
Luego me contaron que yo estudié
con ese salario que no se dio.
Pero no me sirve la Filosofía
para dilatar
las arterias de mi madre.
No me sirvió ese salario
para comprender la estrechez
congénita
de sus arterias.
La causa de su frío.
Mis arterias también son débiles,
madre,
y a veces tengo los ojos nevados
y el corazón de hueso.
Y ahora no sé qué hacer
con todo
lo que no te dije.
Podría habértelo confesado
mientras respirabas
tu propia muerte
y perdías el frío.
O en un poema como éste,
que me abrigue la conciencia.
La cría duerme,
madre,
se parece a nosotras.
Se llama Eva.
Eva Vaz
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