lunes, 6 de julio de 2015

Jack Kerouac, Pocahontas y yo




Íbamos Jack Kerouac, Pocahontas y yo

camino del sur en mi vieja furgoneta escuchando

John Lee Hooker en la radio

Despeñaperros pa´ bajo y algo más en el cuerpo

cuando recogimos al estudiante colombiano

haciendo autoestop en la gasolinera de Bailén

con un master en geología y dos piedras de hachís en el bolsillo,

contando historias de Manu Chao y las FARC

y el estado de sitio y una muchacha de Cáceres que le prometió el amor

y se quedó con todos sus travelcheques como recuerdo.

Íbamos, digo, camino del sur desentonando a coro al Camaron

palmeando sobre el salpicadero de la Nissan

creyéndonos libres y soberanos en un país que no reconocemos

ni quiere reconocernos,

cuando vimos la luna sobre la ciudad de Córdoba y suspiramos

como si fuéramos niños de plata en un jardín prohibido,

y nos cogimos de la mano porque en un momento todos fuimos indios

como Pocahontas, Moctezuma y nuestro amigo colombiano,

indios en una reserva de vino, ceniza y hechizos,

y conjuramos al futuro para que nos fuera propicio

y el futuro se nos hizo de pronto irreversible, irreverente, irrevocable.

Y tuvimos que enterrar en una sola noche

a los amigos que habían muerto desbocados, de amor

de velocidad, de locura, de la vida misma que ahora nosotros

en el umbral del siglo reclamamos desde la memoria.

Como pasajeros de un poema sin destino

íbamos Jack Kerouac, Pocahontas y yo

camino del sur encañonando con insolencia

la sien plateada y sospechosa de una Europa limpia

ordenada y preparada para repeler el hambre que nunca

nos dejaron reclamar.


Uberto Stabile



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