Apartémonos del fuego
y hagamos sexo lento,
sin apenas movimiento,
y después déjame dormitar
sobre tu vientre,
alma hermana,
como en las lejanas noches
de miedo y descubrimiento.
Y es que hoy no tengo humor ni cuerpo
para narrarte hazañas bélicas,
esos devaneos míos
en campos donde no volverán a crecer flores
y los sauces se quedaron sin lágrimas.
No vengo con heridas abiertas:
tan sólo te ruego que atuses
mi pelo aún húmedo
con tus dedos de princesa
hasta la inconsciencia compartida,
que al rayar el alba
he de desenroscarme sutilmente de tu cuerpo,
besar tu frente
y dejarte escrito sobre la mesa
de los libros y del tiempo
que daría mis siete vidas por ti,
y puedo jurarte por todas ellas
que jamás he sido tan franco.
Todo lo haré despacio,
sin hacer el menor ruido;
me iré acercando a la ventana con sigilo extremo
y, antes de disponerme a deambular
por tejados-limbo
sin futuro ni amor,
miraré atrás y corroboraré una vez más
que no merezco tanta belleza,
que nunca podré guardarle fidelidad a nadie
mientras te piense.
Afrontaré el descenso
muy lentamente,
contendré la respiración,
lloraré con duelo.
Volveré con la lluvia.
Emilio Losada
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