Agoniza enero en las atalayas
de la memoria y digo
tu nombre en voz alta
para que sea cerca y sea siempre.
Grito aunque mi voz se rompa,
como la escarcha de mis zapatos,
y por el hueco de la carraspera
se cuelen los ecos de los aullidos.
Deberé alzarme, en este enero moribundo,
y que mi sombra ilumine
el polvo de todos los senderos
por los que a veces transitas
sin que al sueño o al deseo les importe.
Para qué, cuando abras los ojos
a este mundo que nos contagia
del estremecedor frío del silencio,
mis palabras obren en tu piel
todo lo que mis manos no alcanzan.
David Yeste
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