Tiempo de uvas que nace inesperado,
diccionario de razones que sienta cátedra sin pies,
catedral sin santos repleta de peregrinos ateos.
Alud de panteras que llega a la bahía, una peluquería
que solo peina maniquíes de plástico.
Un aula de enseñanza primaria repleta de niños autistas,
unos padres ausentes, un anciano que hoy pretende partir.
Muertos en accidentes en la carretera cada fin de semana
y una madre que no asiste al funeral porque se desvanece.
La región ardiendo y los hinchas encerrados en el salón,
cerradas las ventanas para que no llegue el olor a quemado,
para no sentir peligro, para no sentir.
No soy el ruido, aunque él me habita con la música interna
de mis vísceras, su maquinaria y el bombeo del órgano rojo
que me pulsa.
No soy el ritmo de un poema aunque me arranque del asiento
con sus sílabas en danza, no soy joven ni vieja, no soy tierra
y vivo en una casa de cartón.
No soy el ojo de dios, ni el vórtice de un huracán.
No soy tuya, ni siquiera de mi padre y de mi madre,
no soy tu hermana, ni tu mujer, tampoco soy tu musa.
No soy rubia, rusa, rabiosa, rimbombante, radiante, nórdica,
novia, nadie, nubia, no soy neandertal.
No soy tú, no soy yo, ni estúpida, ni ignorante, ni crisálida, ni razón.
No soy lo que buscas, ni quien lo busca, ni pensamiento, ni cuerpo.
Ni los pechos inasibles, el meteorito, el abismo, el hábito o el monje.
No soy el amor, la serpiente, la salvación, la savia.
Ni lo bueno o lo malo, la belleza o la fealdad.
Soy un oído que escucha sigiloso el sonido de tus pasos.
Soy materia que corre hacia un abismo de luz.
Acaso solo sea un poco de agua.
Teresa Ramos Rabasa
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