Por ser la señorita de tu compañía
he prostituido mi fuerza de voluntad,
y he terminado pagando a escote
el precio de tus estudiadas invitaciones.
Me he provisto de tangas de hilo,
hasta me he calzado tacones de aguja,
dispuesta ser el parche
a medida de todos tus descosidos.
Como si mi soledad no necesitase de tiritas,
como si yo misma no fuera
un verso siempre en coma,
algo que llevarte a la boca y punto.
Una desesperación en carne viva
a la que hincarle el diente sin preocuparte
si después del último beso aún respira.
Como si no rogaran eutanasia mis suspiros
cuando entre arrebatos me los extirpas,
como si no me atragantara a diario
con una pasión que se me va por mal sitio.
Como si no llevase el corazón con un imperdible
por miedo a que lo arranques
de esta cazadora cansada de saberse siempre a tiro.
No puedo seguir bebiendo los vientos por ti.
Renuncio a tus copas de molino,
que este amor que creí gigante
era sólo lujuria en miniatura
que dejar atrás en algún lugar de la cama
de cuyo amante no quiero acordarme.
Amaia Barrena García
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