Si tú supieras el perfume que destila este vacío, si comprendieras la materia de esta nada
que me envuelve, si tuvieras estas ganas rojas que yo tengo de mirar al mar
tan ampliamente, si precipitaras tus pasos, si recorrieras conmigo el Valle de la luna,
si transitaras a ciegas esta bruma que libera,
de ser tú, simiente de mis versos, pulsando sobre la sombra de los ecos que reverberan
ya no quedaría un mundo por hacer.
Olvidarías el dolor de las manos quemadas por la vergüenza de la cal. Las horas
de tu tiempo se asomarían eternas, consteladas, como esta noche que ha nacido
para registrar el pulso del viento.
La noche se ocupa de despertar memorias no nacidas, flotan en el limbo del inocente,
enseña a bailar contra el abismo, riega la espalda de lavanda, afloja el dolor, unge los pies,
envía un tumulto de flores que se precipitan donde yaces,
derrama versos sobre tu cabeza y te ama:
como mis ojos a tu mirada, mis piernas a tus pasos, como quererte y quemar el lecho.
¡Noche mía! Tú que sabes guardar secretos viejos, lavas la culpa que aprisiona,
perdonas los errores, olvidas las afrentas, acabas por comprender la muerte en vida
de los sueños, recuerdas que los pasos que se quiebran en el templo del azar
pueden volverse niebla y clarear en la mañana.
Nuestra noche ama a los cuerpos que transpiran, escucha gruñidos de amantes
y risas entre olas de espigas que extienden mares eternos.
La noche que nos ama discurre entre las sábanas que se hacen amplias
como ese mar de Salvador de Bahía.
Teresa Ramos Rabasa
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