Al borde del acantilado
la vista de nuestro amor
de mar y de fuego
es espléndida.
Este será nuestro altar.
Aquí grabaremos,
entrelazados,
nuestros nombres
en la piedra.
Y una ola de caricias
nos golpeará
y elevará hacia el cielo
su torrente de espuma
de mar batida y abatida.
Miguel Fernández de Córdoba
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