A Raquel Lanseros
Nunca podré olvidar el día
que te vi por vez primera,
perdida en mitad de ninguna parte
entre Murcia y el infierno.
Sorteabas con elegancia el tiempo
y los faros de los coches,
y llevabas cogido tu bolso
como quien arrastra consigo
una casa llena de sueños.
Esa imagen, poética e inesperada
al mismo tiempo, trajo a mi cabeza,
no sé por qué motivo,
unos versos de Sabina en donde alguien,
también con un bolso,
sorteaba otros trenes y otra vida.
Yo sólo tenía tu foto y el recuerdo
de unos versos,
los amantes son túneles de luz
a través de la niebla,
y tú, después de un viaje interrumpido,
un teléfono sin batería.
No sé si te había imaginado exactamente
así, antes de que abandonaras
tu apariencia de verso elaborado
y te convirtieras en carne y hueso,
en una luz venida desde lo alto
y que, en mitad de la noche,
no encuentra obstáculos que la
mitiguen.
No importa si cientos de imágenes
han tratado de superponerse después
a esa primera, porque siempre apareces
en el túnel del tiempo
con la claridad que un alma desesperada,
en una noche cualquiera,
encuentra en el mismo momento
en el que cierra los ojos
y arroja su cuerpo a las vías.
Alberto Caride
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