Aves alabeadas en la corriente de humedades infinitas
Ameriza una estrella en medio de la noche,
gruyen las palmas, cuchichían las zarigüellas en los albaricoqueros del estío.
Mi boca se torna bocado y en drupa de surcos
recorre otra pista como un dromedario crucificado.
He dicho: amerizan las ramas, los frutos de la palma
besan en el agua tibia unos pies doloridos,
una honda que gravita en barrotes condenados a ser celda
o monja de clausura en el embozo de las sábanas.
Dos ojos amenizan la velada con movimientos trastabillados.
Palmotean de contento los elefantes marinos,
nuevas fuerzas impregnadas de grasa,
los desplazamientos del óleo, las torres inclinadas,
la crianza de los patos lacerados a vuela pluma.
Es la hora iluminada: un flamenco abre fuego y saltan clamores en la ventisca.
Vivaquear otra noche más en el claroscuro de los tornados,
perdidos sin huellas de lo común aquí presente.
Han enviado equipos de rescate para traer lo que queda del silencio de la noche:
la mar estrellada, una tabla de surf…
Gente contratada renueva la arena, se entregan con apremio…
El beso de una marina iluminada invita a otra copa en grata compañía:
una cucaracha baila claqué ante una luciérnaga alucinada.
Francisco Javier Sanz
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