Blessed are the dead that the rain falls on.
FRANCIS
SCOTT FITZGERALD
Un día estaré
muerto y no sé bien
si entraré en
esta tumba en donde hay tantos.
El último, mi
padre. No cabían las asas
y hubo que
romperlas y ponerlas encima
de su ataúd.
Eran las portezuelas
de ese cielo en
que crees, en que él creía.
De los otros
que hay dentro piensa que
unos se
detestaban entre sí,
otros se
malquerían simplemente,
que mi abuela
fue tierna, pero su tío, abyecto.
La muerte de mi
padre obró el milagro:
la familia está
unida al fondo de este nicho
revuelta en una
bolsa de plástico celeste
que algún
sepulturero cerró mientras silbaba.
Yo diseñé la
labra de su lápida
y le mandé
grabar nombre y dos fechas.
Ya sabes, entre
ellas, los días fueron suyos.
Los otros
escribí con letra más pequeña.
Benditos sean
todos cuando la lluvia roce
el alero de
tejas saledizas
y gotee sobre
el guijo que pisamos.
Permite ahora
que bruña con mi paño el granito
y deje,
arrodillado, mi lámpara de aceite,
porque en
cuanto me pueda levantar,
de seguro
tendrás que sostenerme.
Rafael Fombellida
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