Parezco un Lucian Freud, me dices abatida.
Y qué esperas de mí, te
contradigo.
Intolerante veo que
despides tu rabia
hacia estragos que
empiezan a ser graves.
“Hace poco tenías un
culo de discóbolo…”;
me miro en el
espejo, y soy un Lucian Freud.
¿Mas para qué
ofenderme, si es verdad?
Enseña a ser humilde
la desfiguración,
la estría, el flato,
el rojo de los pómulos,
el vello en donde
asoma un miembro recogido.
Por fortuna no tengo
la cara de esos necios
que pinta Lucian
Freud; su modelo australiano,
las fulanas obesas
de Glasgow, del East End.
Soy un poco más
digno, creo yo,
y tú sólo lo dices
por herir.
Pero empiezo a
sentirme una mole dramática,
torpe, lenta, aprensiva,
desgraciada,
y cuando entro en el
baño ya no quiero tentarme.
Yo soy la solitud,
el cuerpo depreciado,
el desnudo infeliz
que araña la tortura,
el muslo rosa, la
ingle enroñecida.
Mas no lo digas
nunca. O estarás obligada
a quedarte esperando
ante la puerta
por si saliera el
agua tintada de carmín.
Rafael Fombellida
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