Un hombre que contempla pájaros
es un hombre que abandona sus brazos y levanta el vuelo,
es un hombre pájaro que espanta los espantos.
Cuando un hombre contempla un pájaro
en sus ojos se refleja el arco iris de una libertad grande,
la armonía del vuelo bien proporcionado,
la proporción exacta de una danza sin ataduras,
y todo el silencio del mundo le pertenece
como le pertenecen los pasos más hermosos.
Me fío de un hombre que contempla pájaros
porque sé que llora cuando mueren
y es capaz de perdonar a Dios por haberle hecho humano.
Un hombre que tiene la cabeza a pájaros invita a ser amado
porque busca en el aire algo cargado de emoción que le han robado
y siente la vida de lo que en verdad está vivo.
Un hombre que mira pájaros tiene todo el tiempo y el oro del mundo.
Ha terminado sus quehaceres y ha recuperado la dignidad de ser hombre.
Una corriente le impulsa y lleva en su pico el insulto del mundo,
un insulto que le defiende de los tirachinas de la cordura,
del cálculo exacto, de la hora postergada para nada.
Un hombre que contempla pájaros tiene abierto su corazón
y ahí anidan todas las aves, los músculos heridos, las alas rotas,
los picos marchitos, las plumas perdidas entre perdigonadas.
Un hombre que besa a un pájaro entrega en ese instante todo lo que es y ha sido
y envuelve en un guante el guiño agrio y la amargura de la tierra.
Un hombre lleno de pájaros sabe al dulce trino de la hora acordada,
a jaula abierta y a trigo limpio que no planea.
Francisco Javier Sanz
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