Gáname por el gusto, dama de
lejanía.
Úngeme con tu óleo, lávame
con tu soplo.
Hazte toda de barro para
unirte a mi escápula.
Baña en bálsamo el pliegue
donde nadie me toca
y baja a devorarlo con tu
hedionda fisura.
La carne no se basta, quiere
luz, la más tinta,
el más enamorado de los
encubrimientos.
Deja tu aplomo en mí, tu
material abrazo
para que yo, en mi anillo,
me ahogue sin protesta.
Es mi cuerpo planicie,
contorno que desea
esa facilidad con que
desciende tu hora
cuando es madura y alta y
está a punto de ser;
es mi cuerpo lugar, por ello
no me envisca
tu eclipse mejorado en
negrura y quietud.
¿Hasta dónde, en qué plazo
arribarías
franca y ardiente a mí, y me
darías paso?
¿Cuánto estremecimiento,
cuánto pánico
habría de preceder a tu
opaco claror,
a tu mudo avenirte con mi
conformidad?
Mientras me quede pulso no
seré más que ascenso
a ti, sufrida aspiración sin
eco.
No seré más que escombro,
pormenor,
ascua, medida, brega, trazo
en bruto, escasez.
Gáname por el gusto, tráeme
tu victoria.
Dime Nadie, y alberga mi
cabeza en tu seno.
Mis ojos están vueltos a lo
que se separa.
Ocúpame la sombra, pues ya
te di mi luz.
Rafael Fombellida
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