El día que murió Sergio Algora
fue un correo de Emilio
el que vino con alevosía
a disfrazar de cerveza sin alcohol
las horas siguientes.
Por aquel entonces
me hallaba yo
enfrascado con la negligencia del iluso,
en escoger mis mejores galas
para jugar un partido de Champions
sin saber que íbamos a terminar siendo
un trofeo de verano.
Ya sabéis,
no hay flor más marchita
que un mes de septiembre
sin un polvo que contar a los amigos.
El día que murió Sergio Algora
un soplo de aire vino a decirme
que tarde o temprano
todo te termina alcanzando.
Que lo frágil es.
Que lo infinito nunca será.
Que somos frío
en los aledaños del verano
y calor
en el bostezo del invierno.
Reloj desacompasado
de nuestros propios latidos.
El día que murió Sergio Algora
recordé una noche
en el Fantasma de los Ojos Azules
donde un desliz vino a sumarse
a todos los deslices.
A grabar a fuego en la piel
que el orden de los factores
no altera el producto.
El día que murió Sergio Algora
tuve ya todas las cartas sobre la mesa.
La certeza gélida y en barra libre
de que estaba mucho más cerca que lejos.
Mucho más obtuso y menos cuerdo.
Y de que lo realmente importante
es que hoy estamos.
José Liñán
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