Iba a ser un vermut,
ya sabes,
dejar que las aguas del sábado
bajaran sigilosas
siguiendo sin estridencias su cauce
hasta desembocar en la originalidad
de un domingo sin resaca
y de parques llenos de niños jugando.
Pero se ha complicado el mediodía
y el sol ha tejido una trampa
escupiendo al tedio de mis brazos
y esculpiendo aristas
con excusas de mal perdedor.
Llegados a según que punto
resulta fácil extraviarse
alojando una sonrisa radiante
en las chicas extranjeras
de piel blanca
que risueñas y alegres
pasean por delante de uno,
con esos ojos claros
como la primavera
cuando viene a robarle
las horas a la noche,
y obtener el premio de consolación
de una sonrisa devuelta
puede que forzada,
que volver al presente con pasado
que es mi futuro.
Iba a ser un vermut,
ya sabes,
pero la hora del café
no es más que un pacharán con hielo
buscando un número de teléfono
y la derrota asomando entre las calles
que empiezan a estrecharse.
Entonces,
cuando te das cuenta
ya caminas sobre arenas movedizas
y el cielo es negro
como una cama deshecha
sin nadie a tu lado.
Es en ese puto instante
traidor, ruin y altanero
cuando la caligrafía insulsa
de todas las mentiras
que una vez fueron verdad,
alinean sus pasos junto a los tuyos
y asimilas áspero y cejijunto
la hazaña de transitar Nou de la Rambla
para entrar en La 2
y con un mucho de suerte
fingir con ella un encuentro fortuito.
Lúcido aún
para saber a ciencia cierta
que es eso
o terminar en casa
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José Liñán
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