Miradas de barro
que apenas se sostenían.
Brazos transparentes
incapaces de entrelazarse.
No conducía a ninguna parte
esa actitud permanente
de bandera ondeando a media asta.
De cuarto de baño sin alicatar.
Siempre se firma un pacto de no agresión
para comenzar a derribarlo todo
e intentar escaparse
de ésa ciénaga que algunos llaman memoria.
Fuimos nuestro mayo del 68,
una primavera que no se iba a acabar nunca.
Fuimos elegidos
para practicar el hedonismo con mileurista precisión.
Tuvimos todo un sistema financiero
dispuesto en su momento
a garantizar nuestra existencia de cartón-piedra.
Fuimos todos y cada uno de los golpes
que derribaron el muro de Berlín.
Y el este,
y el oeste,
y un solo norte
donde encontrar nuestro sur.
Fuimos Dioses griegos.
Fuimos arrogantes
insolentes e inconscientes.
Y ahora que el reproche
no es más que un autobús
circulando por carreteras secundarias,
solo nos queda fingir sonrisas,
acariciar los recuerdos
como si fueran el más preciado
páramo de la nada
y envejecer distantes
entre nosotros.
José Liñán
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