Atrapa la noche en otra locura,
asomado a la ventana vestida con barrotes,
que no le deja alcanzar los azules
ni las explosiones en amarillo de las estrellas.
No hay luces ahora en el sanatorio.
Atrapa la noche pero no se deja pintar.
La guarda, la encierra, la abraza,
y para no perderla la plasma en sueños.
Despierta y no la tiene.
Vuelve a la ventana y la atrapa de nuevo, con miedo.
Al dormirse la sueña entre fiebre y sudores,
entre vuelos últimos y huérfanos pinceles.
Con el día la pinta de memoria:
azul, mucho azul, más azul, intenso para el cielo,
amarillo brillante para los soles nocturnos,
edificios y árboles ardiendo en negro.
Prisionera del más cuerdo de los locos
la noche estrellada más bella.
La libera con húmedos colores,
con la luz de la mañana, obra maestra.
Pepa Pardo
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