Entre arrinconados recuerdos
encuentro sus tijeras.
Viejas, proscritas y olvidadas,
dentro de una caja carcomida,
las tijeras de mi tío.
Ellas cortaron mis trenzas,
y dibujaron mi flequillo,
tantas veces...
No están rotas, ni oxidadas,
ni siquiera sucias.
Envueltas en un papel suave,
de ese azul cielo que lo rodeaba,
a él, a mi tío,
y que aún lo ciñe para mí,
esperan mi curiosidad
y mi tiempo presente.
Quieren ser rescatadas,
devueltas al armario lacado de blanco,
que ya no existe.
Quieren disfrutar la caricia del afilado,
el toque experto de sus manos
ásperas y grandes,
y el roce de mi pelo,
con su sonido mudo al ser cortado.
Pero ya no están sus manos,
las manos trabajadas y entendidas de mi tío,
que las dirigía con pericia
en mi melena saturada de remolinos.
Y yo no sé afilarlas,
ni devolverlas a la vida.
Sólo puedo mimarlas,
envolverlas otra vez
en el papel azul cielo,
y buscarles un sitio mejor,
más nuestro,
lejos de los arrinconados recuerdos.
Pepa Pardo
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