Nada ha permanecido.
Ya no están los pastos verdes
salpicados de flores blancas,
ni los senderos creados por mis pies
descalzos en los días de lluvia,
ni los helechos silenciosos bajo
las ancianas hayas
ni la cabaña rodeada de nubes bajas.
Nada ha permanecido.
Ya no se oye el ruido de la puerta
de madera al amanecer,
ni el agua corriendo en el pozo,
ni murmurar la acequia tras del huerto,
ni el bostezo de las desvencijadas
ventanas cuando baja el sol,
ni los lobos, a lo lejos, recibir a la noche.
Nada ha permanecido.
El tiempo cruel ha hecho
cambiar mi mundo.
El hombre cruel derribó sin pestañear
la cabaña de mi abuelo.
La máquina cruel derribó el alma de
mis hayas y mis helechos.
El frío cruel borró mis pisadas de los caminos.
Nada ha permanecido pero sigue conmigo.
Sigue conmigo en las noches
cuando me acuesto de espaldas al día,
y en las mañanas de prisas
algo me dice que pare un momento,
que respire hondo, que sienta el recuerdo.
No me lo han quitado.
Permanecerá siempre.
Pepa Pardo
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