Primero fue el silencio y la apatía,
oscura enredadera
que trepando
se adhería a mis labios silenciosa.
Después, fue la palabra nunca dicha,
la sublime obsesión
de ser tan solo
una idea que nunca tomó forma,
una línea de puntos
discontinuos
que inconexos, no fueron nunca un trazo.
Más tarde, cuando el tiempo se deshizo
en inmensos fragmentos
de horas muertas,
ya era tarde, muy tarde para todo,
para volver atrás o reinventarnos,
porque habíamos perdido
la memoria
y tú eras un contorno sin un cuerpo
y yo era solo un cuerpo, sin futuro.
Marcelino Sáez García
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