Esta fiebre amarilla del otoño
y esta lenta agonía
de la tarde,
despabilan mi voz adormecida
agolpando en el filo de un instante
un tiempo sumergido
en la añoranza.
Soy solo la mitad de un desaliento,
un segundo de adiós
sin decir nada,
un cuerpo desnudándose a la espera
de esos días de lluvia que te pones
como una sombra azul
en la sonrisa.
En los días lluviosos llora el viento,
se le ponen ojeras
a la tarde,
se le mojan los labios al otoño
y una lágrima gris araña el cielo
como lluvia con sed
que somos todos
hasta que alguien nos bebe dulcemente.
Marcelino Sáez García
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