Después de todo, los espejos siempre duelen.
A deshoras, descontextualizados,
irreverentes. Y duelen más si es de noche
y duermes, y nos alcanza esta niebla,
casi sólida, hasta los huesos.
Esa niebla crujidora y vegetal,
que nos trajo hasta estas horas.
Estas horas que hoy son ramas,
en nuestras fauces dolientes de animales domésticos.
Maribel Hernández
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